jueves, 21 de enero de 2010

La cuesta de enero


Enero es un mes extraño, ambiguo y con tintes claroscuros. Se trata de un momento de transición en el que nos vemos inmersos en una infinidad de sensaciones, por una parte comenzamos un nuevo año después de la euforia de la despedida, después de la vibración de las vacaciones, debemos resignarnos al compás de la monotonía: vuelta al trabajo, al colegio, a la universidad, a las obligaciones... Debemos sacar fuerzas para afrontar todo un nuevo año con sus 11 meses por transitar, para ello, intentamos aferrarnos a las promesas de año nuevo: este año perderé peso, este año dejaré de fumar, este año me tomaré la vida con menos estrés... pero sólo han pasado tres semanas y comenzamos a darnos cuenta que vuelve a ser complicado cumplir las promesas de fin de año, igual que la fiesta anterior. Los políticos no ayudan demasiado, pues año nuevo, impuestos nuevos: pasamos por enero de pago en pago con caras sombrías teñidas de preocupación por llegar al día 31, muchos aún arrastrando deudas de las fiestas navideñas. Enero es un mes lleno de incógnitas y de esperanzas, todos esperamos que lo desconocido nos favorezca, anhelamos saber si el 2010 será nuestro año, si este año de la primera decena nos sonreirá con sus números pares o nos aplastará con todo el peso del primer decenio.

miércoles, 20 de enero de 2010

Cuando sobran las palabras


Normalmente en los eventos masivos las palabras nunca sobran, están por todas partes, más presentes incluso que las personas. Te reciben impersonales grabados de bienvenida, cuadriculados y ordenados; continúan los carteles indicadores y si tenemos suerte, las indicaciones son reafirmadas por empleados uniformados que más que personas se asemejan a palabras interactivas mucho más baratas que llenar los eventos de pantallas de plasma. Continúan las formalidades con sus manidas impresiones, indiferencia en la cortesía prostituida de agradecimientos forzados y artificiales como la bienvenida de la entrada. En estos eventos las palabras son escudos que nos integran en un colectivo: uno acude, se comporta, se mimetiza con el cariz global del momento perdiendo el individualismo privado e íntimo del reconocimiento personal; simplemente nos ponemos en automático, nos desconectamos del egocentrismo para ceder la palabra durante tres o cuatro horas, sin embargo, esto no significa que cedamos la esencia que queda en el silencio del espectador, en el movimiento de los ojos distraidos escondiendo monólogos internos, viajes a otros lugares, listas compulsivas o simplemente ensoñaciones con el sofá después de un largo día de trabajo.