sábado, 29 de noviembre de 2014

Ojos de urbe

Las hay anónimas y simples; icónicas y profusamente adornadas; modernas o tradicionales, pero todas ellas son las pupilas nocturnas de nuestras poblaciones; bajo sus pestañas de hierro nuestros movimientos se pasean entre sombras, desfilando por calles, avenidas y plazas. La luz y el hombre, las tinieblas y el espíritu; ellas que nos salvan en la tierra como el haz del faro lo hace en el mar. La fascinación humana por vencer la obscuridad nos acerca a los dioses. En las tinieblas nos empequeñecemos, nos encontramos con las raíces de nuestros miedos, de nuestras inseguridades; en la luz, nos vencemos, nos hacemos grandes; esa fue la venganza del titán Prometeo, hacernos autodependendientes. 

Las luminarias parecen dirigir su propio espectáculo nocturno, como directores de fotografía deciden la luz entre las esquinas, reflejan las sombras en los rostros que guardan conversaciones a medias entre labios apasionados y abrazos pausados y, graban, recopilan todas las historias que han alumbrado como luciérnagas de hierro. En esta ciudad de sal tan niña y tan vieja, las farolas hacen y deshacen las noches espectrales. Desde mi infancia, la luz cálida de las farolas gaditanas y el rocío nocturno se han fusionado como telón de fondo de todas las historias de hoy y siempre. La mente inquieta, ansiosa y fantasiosa de esta niña sólo necesitaba de ese empujón para ver mezclados entre los gaditanos de hoy a los de ayer.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Resiliencia

Las casas de vecinos tienen alma matriarcal. Entre sus muros nunca falta espacio, nunca sobra nadie, siempre hay guisos para dos multiplicados por tres. En sus pasillos corren los consejos a voz en grito y las risas, incluso, las soledades parecen repartirse como se debe compartir la intimidad. Eso que ahora se valora tanto, antes sonaba a caro, a "estirados" de postín. Las casas de vecinos son simples complejidades humanas en una forma de vida más primigenia, tan gregaria como esa protección de la compaña indispensable bajo el techo raso del cielo. Sus patios son el guiño a esa vida en la intemperie; nunca meros espacios de paso, siempre cofres de momentos, antesalas de la intimidad, confesionarios de secretos, pasarelas de lo cotidiano. 

Una vida que se extingue a pasos agigantados en casi todas las ciudades del mundo y que se sustituye por una estancia más silenciosa; donde se guarda y se respeta la intimidad como si también pudiéramos invadir al otro con la vida misma y tuviéramos que silenciar, incluso, las pisadas, sumidos en un cadavérico patio mudo, siempre impecable como la osamenta, y aséptico como la bandeja del forense. Vive y haz ruido, sé el ruido mismo, habla, grita, ríe, proclama y declama, despierta y crea desconcierto como esos patios, como este patio que nos viene a narrar con su voz de gitana curandera cómo se sanó el alma silente de un tal Anselmo. 

sábado, 15 de noviembre de 2014

Las cajas de Pandora

Decidí perderme para ver con qué me encontraba. Sin rumbo entre los pasos, me dejé llevar por la sal del viento hasta esos callejones que saben a levante. El barrio de Santa María o "El Barrio" para los gaditanos, con sus seiscientos años de solera, me recibió entre las risas de sus chiquillos y el trajín de una mañana cualquiera de mercado sabatino. El soniquete del flamenco está impregnado entre sus muros, que lo vieron nacer cual gitanillo azabache. En lo profundo de una casapuerta destartalada, la garganta profunda de uno de esos cantes se arrancó por alegrías y mi cuerpo se internó como serpiente sigilosa tras la melodía de su encantador particular.