miércoles, 20 de enero de 2010

Cuando sobran las palabras


Normalmente en los eventos masivos las palabras nunca sobran, están por todas partes, más presentes incluso que las personas. Te reciben impersonales grabados de bienvenida, cuadriculados y ordenados; continúan los carteles indicadores y si tenemos suerte, las indicaciones son reafirmadas por empleados uniformados que más que personas se asemejan a palabras interactivas mucho más baratas que llenar los eventos de pantallas de plasma. Continúan las formalidades con sus manidas impresiones, indiferencia en la cortesía prostituida de agradecimientos forzados y artificiales como la bienvenida de la entrada. En estos eventos las palabras son escudos que nos integran en un colectivo: uno acude, se comporta, se mimetiza con el cariz global del momento perdiendo el individualismo privado e íntimo del reconocimiento personal; simplemente nos ponemos en automático, nos desconectamos del egocentrismo para ceder la palabra durante tres o cuatro horas, sin embargo, esto no significa que cedamos la esencia que queda en el silencio del espectador, en el movimiento de los ojos distraidos escondiendo monólogos internos, viajes a otros lugares, listas compulsivas o simplemente ensoñaciones con el sofá después de un largo día de trabajo.


No obstante, el pasado viernes tuve la oportunidad de ser testigo de lo que ocurre cuando sobran las palabras, cuando caen los escudos y sólo queda la esencia silente e inadvertida del espectador, protagonista y cautiva del orador que eclipsa el momento haciendo que las palabras se esfumen y aparezcan los sentimientos. Cómo explicar lo que se siente al mover una masa de más de mil personas de todas las edades y de todas las clases sociales en el vaivén de las emociones, de las risas a las lágrimas, de la reflexión a la emoción de una verdad motivadora. Incluso ahora que recuerdo el estar parada en medio de todas esas emociones, siendo yo simplemente una más entre tantas me cuesta encontrar cómo describir el momento, me pongo a pensar en ese horador sencillo y directo proveniente de Monterrey y me conmueve el pensar cómo alguien tan pequeño puede impactar en tantos, cómo alguien puede hacer de su vida una vibrante sinergia colectiva cambiando perspectivas y formas de observar: Ahora sé qué se siente cuando sobran las palabras entre miles de bocas, por ese momento único de ver parpadear, reir, sentir e inspirarse al unísono de un momento cualquiera, gracias David por haber traido la magia de los antiguos oradores griegos a mi momento sin tener que viajar en el tiempo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario