viernes, 24 de octubre de 2014

Error de paralaje

Tomarse algo suele ser una convivencia social unas veces necesaria, otras fortuita pero siempre una promesa para el que sabe escuchar. Entre un café en vaso o en taza, una cerveza clara o morena y, quizás, unas tapas o unas buenas tostadas pueden colarse historias; tan preciadas y fugaces como esas fotografías únicas que el momento y el lugar adecuado depositan entre las pestañas y el visor de un fotógrafo. Así llegó hasta mí la historia del error de paralaje o también cómo el crecer en lo analógico marcó las horas y la "pena" de uno de esos prestidigitadores de la luz.

Mediados de agosto de unas vacaciones familiares cualquiera. Los ahorros del año y ese piquito de la declaración de la renta habían generado el superávit suficiente para volar por primera vez en avión hasta las mismísimas Islas Baleares. Tan lejos de casa, la cámara de fotos cobraba un especial protagonismo en ese anhelo de conservar permanentemente los recuerdos, aunque fueran congelados, en miniatura y descuadrados.