Abrimos los ojos al mundo después de haber pasado un sin fin de aventuras dentro de la líquida realidad del cobijo materno, atravesamos contracciones, canales o simplemente nos sacan cuidadosamente de nuestra oscura comodidad a la brillante luz de un mundo desconocido, ruidoso y frío donde somos conscientes por primera vez de que ya no harán todo por nosotros, sino que seremos nosotros los que tendremos que movernos, respirar, comer y aprender a vivir con la gravedad de la tierra firme. Con cuidado el señor de la bata blanca nos coloca en un espacio aséptico, frío y, sobre todo, sólido; llanto como resultado del golpe con el espacio en la piel sensible; nos revisan, nos miden, nos pesan y nos catalogan y eso es sólo el principio de todo lo que nos espera.