sábado, 15 de noviembre de 2014

Las cajas de Pandora

Decidí perderme para ver con qué me encontraba. Sin rumbo entre los pasos, me dejé llevar por la sal del viento hasta esos callejones que saben a levante. El barrio de Santa María o "El Barrio" para los gaditanos, con sus seiscientos años de solera, me recibió entre las risas de sus chiquillos y el trajín de una mañana cualquiera de mercado sabatino. El soniquete del flamenco está impregnado entre sus muros, que lo vieron nacer cual gitanillo azabache. En lo profundo de una casapuerta destartalada, la garganta profunda de uno de esos cantes se arrancó por alegrías y mi cuerpo se internó como serpiente sigilosa tras la melodía de su encantador particular. 


Alcé la mirada hacia el brillante cielo gaditano que coronaba el patio anónimo. Quién o qué había entonado su canción; sentimiento puro entre tan pocos metros cuadrados... Normalmente, escucho historias de bocas humanas, pero, ese día sería diferente. De repente, mi vista se clavó en unos buzones que parecían destripados por Cronos mismo, el óxido campaba a sus anchas, las ralladuras, abolladuras y las pegatinas pegadas y despegadas contaban la historia del tiempo; del cierre de sus diminutas puertas una y otra vez. Ellos tenían su voz y si estaba dispuesta a escuchar su insignificancia, me la dedicarían. 

Me senté en una cubeta de pintura abandonada entre los trastos y comencé a jugar con la cámara, mientras los fotografiaba iban sintiéndose importantes, observados, cuidados en el detalle de una mirada dispuesta a hacerlos sentir presentes. Me hablaron de historias engarzadas entre vecinos adolescentes que se dejaban mensajes en el buzón cuando todavía no llevábamos el móvil pegado a la piel y las hojas arrancadas del cuaderno de mates hacían maravillas en el corazón; me susurraron los sollozos por aquellas cartas que nunca llegaban a mitigar soledades cuando la sombra de la apatía cerraba la puertecilla del dueño herido; reivindicaron el desprecio que sentían al tener que portar en el vientre las herramientas del capitalismo hechas facturas, avisos de embargo y demás; nos reímos ante esas noticias que rompen rutinas y anuncian oportunidades que hacen girar el alma a 360 grados y, los sentí apagarse al anunciarme su abandono cuando, día tras día, cada vez los abrían menos porque ya nadie dejaba ni propaganda: "sale muy caro imprimir la publicidad, la mandan por mail que no por mensajero" arrastraron las sílabas mientras sus voces se iban apagando, un poco más desahogados quizás.

Me quedé clavada en el verde de esos buzones, el color no podía ser casualidad. Éste simboliza la esperanza y, entonces, sonreí al recordar el mito de Pandora y la imagen me pareció tan acertada para los que, desde su invención, habían hecho de pequeñas cajas de Pandora: a veces llenas de todos los males de este mundo, pero que, siempre, al final, dejaban libre la esperanza para mitigar nuestras batallas contra los primeros demonios. Quizás mañana, nos guiñaban los buzones siempre listos para llenarse de palabras. Saqué una libreta del bolso y empecé a cortar pequeños trozos de papel, escribí una sola palabra en cada uno y los fui dejando caer en cada buzón. Emocionada, me alejé plena de historias hasta que fui una ola más entre la marejada que transitaba el barrio.

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