martes, 23 de diciembre de 2014

Revelados

Conocer el origen de las palabras es viajar a sus entrañas, escudriñar en el cajón de la mesilla de noche del subconsciente de la humanidad, construir puentes entre lo que sentimos, pensamos y añoramos y lo que otros, a su vez, sienten, piensan y añoran. Quisiera hurgar en el árbol genealógico de tres palabras: "revelar", "fotografía" y "analógico" pues son las guías de esta composición. Revelare en el diccionario latino significa quitar un velo, descubrir algo oculto o secreto. φως (phōs)  γραφή (grafḗ) proceden del helénico y poético mundo en el que se escribe con luz, mientras que ἀναλογία (analogía) nos habla de semejanza o proporción. Este fin de semana cinco extraños sensiblemente semejantes han escrito con luz roja el alma de sus secretos entre risas, lágrimas, música y líquido revelador.

Tres hombres y dos mujeres, opuestos y equivalentes, danzando alrededor de la luz para positivar negros, blancos y grises sobre un papel. Primitiva danza en torno al recuerdo del fuego de Prometeo y modernos trucos de ilusionistas químicos en un laboratorio teñido de rojo y sombras. Aprender a revelar la imagen cautiva en el carrete no sólo nos mostraría una nueva dimensión de la fotografía, sino de nosotros mismos hacia dentro y hacia el otro. 

Tiempo atrás, cuando alguien me contaba la fuerte impresión de algunos indígenas, incluso el miedo o el rechazo al objetivo del fotógrafo reflejado en sus pupilas, me parecía tan ingenuo, infantil, quizás... poco civilizado e ignorante... Ahora, por fin, reconozco lo peligroso de todo el proceso. Estos, iluminados por el desconocimiento de lo urbano que mantiene intacta la sensibilidad primigenia, saben que la fotografía es un juego de equilibrio, de poder entre la luz y la obscuridad que inscribe tu esencia entre los haluros de plata para revelarla ante los demás y congelar el espíritu fuera del tiempo; aunque no se queda ahí, el círculo se cierra en el fotógrafo cuando ve aparecer el espíritu del otro entre sus manos, él mismo queda embrujado. Al vivir inmersos en el consumo de lo inmediato, en lo digital del instante, en la inmensa y prolífica necesidad vacía de la abundancia, nos hemos perdido esta parte, hemos olvidado que la fotografía debe practicarse con sentido, con cuidado, con detalle, con sensibilidad y con empático respeto.

Este fin de semana pudimos sentir la transcendencia, el propósito... ya no es sólo técnica ni siquiera estilo o gusto; ahora es hipnosis, embrujo, adicción al vértice prohibido que se vislumbra cuando la imagen comienza a aparecer entre el oleaje de una bandeja de líquido revelador. Ese momento en el que la reacción ya no es sólo química, sino anímica, pues una intensidad proyecta enlazados en positivo y negativo al fotógrafo y al cautivo en papel.

La primera vez que apareció el perfil de su hijo bañado en sol, inmerso en sí mismo, en la explosión de vida que recibe y abraza, nadie osó romper el silencio, como si la respiración pudiera actuar de la misma forma que la luz y velar la imagen íntima que sólo el ojo de una madre puede otorgar. Entonces ella y su hijo se fundieron, ella recibiendo la ilusión del que comienza para comprender que la vida nunca se acaba, porque siempre comienza, renace, reinventa, da... sin sentido y sin pausa, como el niño inocente y puro con la naricilla apuntando al sol. Estábamos a tiempo de aprender, de soñar, de intentar. Hacia afuera brotó una lágrima, a los demás se les quedó dentro y a mí me inundó los dedos para desembocar en el mar del teclado mientras el abrazo actuaba de baño de paro y las miradas fijaban la fotografía de ese regalo a cinco en la emulsión de la piel.

Gracias Daniel, Inma, David y Óliver.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Ojos de urbe

Las hay anónimas y simples; icónicas y profusamente adornadas; modernas o tradicionales, pero todas ellas son las pupilas nocturnas de nuestras poblaciones; bajo sus pestañas de hierro nuestros movimientos se pasean entre sombras, desfilando por calles, avenidas y plazas. La luz y el hombre, las tinieblas y el espíritu; ellas que nos salvan en la tierra como el haz del faro lo hace en el mar. La fascinación humana por vencer la obscuridad nos acerca a los dioses. En las tinieblas nos empequeñecemos, nos encontramos con las raíces de nuestros miedos, de nuestras inseguridades; en la luz, nos vencemos, nos hacemos grandes; esa fue la venganza del titán Prometeo, hacernos autodependendientes. 

Las luminarias parecen dirigir su propio espectáculo nocturno, como directores de fotografía deciden la luz entre las esquinas, reflejan las sombras en los rostros que guardan conversaciones a medias entre labios apasionados y abrazos pausados y, graban, recopilan todas las historias que han alumbrado como luciérnagas de hierro. En esta ciudad de sal tan niña y tan vieja, las farolas hacen y deshacen las noches espectrales. Desde mi infancia, la luz cálida de las farolas gaditanas y el rocío nocturno se han fusionado como telón de fondo de todas las historias de hoy y siempre. La mente inquieta, ansiosa y fantasiosa de esta niña sólo necesitaba de ese empujón para ver mezclados entre los gaditanos de hoy a los de ayer.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Resiliencia

Las casas de vecinos tienen alma matriarcal. Entre sus muros nunca falta espacio, nunca sobra nadie, siempre hay guisos para dos multiplicados por tres. En sus pasillos corren los consejos a voz en grito y las risas, incluso, las soledades parecen repartirse como se debe compartir la intimidad. Eso que ahora se valora tanto, antes sonaba a caro, a "estirados" de postín. Las casas de vecinos son simples complejidades humanas en una forma de vida más primigenia, tan gregaria como esa protección de la compaña indispensable bajo el techo raso del cielo. Sus patios son el guiño a esa vida en la intemperie; nunca meros espacios de paso, siempre cofres de momentos, antesalas de la intimidad, confesionarios de secretos, pasarelas de lo cotidiano. 

Una vida que se extingue a pasos agigantados en casi todas las ciudades del mundo y que se sustituye por una estancia más silenciosa; donde se guarda y se respeta la intimidad como si también pudiéramos invadir al otro con la vida misma y tuviéramos que silenciar, incluso, las pisadas, sumidos en un cadavérico patio mudo, siempre impecable como la osamenta, y aséptico como la bandeja del forense. Vive y haz ruido, sé el ruido mismo, habla, grita, ríe, proclama y declama, despierta y crea desconcierto como esos patios, como este patio que nos viene a narrar con su voz de gitana curandera cómo se sanó el alma silente de un tal Anselmo. 

sábado, 15 de noviembre de 2014

Las cajas de Pandora

Decidí perderme para ver con qué me encontraba. Sin rumbo entre los pasos, me dejé llevar por la sal del viento hasta esos callejones que saben a levante. El barrio de Santa María o "El Barrio" para los gaditanos, con sus seiscientos años de solera, me recibió entre las risas de sus chiquillos y el trajín de una mañana cualquiera de mercado sabatino. El soniquete del flamenco está impregnado entre sus muros, que lo vieron nacer cual gitanillo azabache. En lo profundo de una casapuerta destartalada, la garganta profunda de uno de esos cantes se arrancó por alegrías y mi cuerpo se internó como serpiente sigilosa tras la melodía de su encantador particular. 

viernes, 24 de octubre de 2014

Error de paralaje

Tomarse algo suele ser una convivencia social unas veces necesaria, otras fortuita pero siempre una promesa para el que sabe escuchar. Entre un café en vaso o en taza, una cerveza clara o morena y, quizás, unas tapas o unas buenas tostadas pueden colarse historias; tan preciadas y fugaces como esas fotografías únicas que el momento y el lugar adecuado depositan entre las pestañas y el visor de un fotógrafo. Así llegó hasta mí la historia del error de paralaje o también cómo el crecer en lo analógico marcó las horas y la "pena" de uno de esos prestidigitadores de la luz.

Mediados de agosto de unas vacaciones familiares cualquiera. Los ahorros del año y ese piquito de la declaración de la renta habían generado el superávit suficiente para volar por primera vez en avión hasta las mismísimas Islas Baleares. Tan lejos de casa, la cámara de fotos cobraba un especial protagonismo en ese anhelo de conservar permanentemente los recuerdos, aunque fueran congelados, en miniatura y descuadrados.