lunes, 3 de enero de 2011

Historia de una ilusión perdida


La mañana iba despuntando sobre las hojas doradas y el murmullo del río. En la lejanía, se perdía la mirada de una despedida, mientras que el silencio abandonaba el sueño de la noche y los primeros suspiros aparecían tras la llamada del gallo. Todo parecía igual que ayer, y, sin embargo, completamente del revés, como si el tiempo prosiguiera, aun cuando ese sector del mundo andaba varado y sin sentido.


Ana miraba el horizonte, sólo era una minúscula figura perdida entre los surcos de la tierra, pero simbolizaba el núcleo de la tristeza que atenazaba aquella mañana de septiembre. Con la mano extendida contemplaba fijamente una vieja fotografía, como si, aferrándose a ella, consiguiera atarlo a la vida, tal y como se encontraba asido a su alma. Ella se había quedado aquí, como un cachorro desorientado e indefenso, abandonado en la carretera y, aunque su corazón seguía latiendo, el ritmo de su vida se había acabado con aquel último suspiro. Todos los rincones del Gallarín parecían desprovistos de encanto y lo que con tanta satisfacción observaban juntos al caer la tarde, sentados en el banco de la entrada, no la hacía sino parecer más lejana.