lunes, 23 de noviembre de 2009

Los hubiera del camino


Uno sólo puede vivir de dos maneras: libre o cautivo. Podemos ser prisioneros materiales dentro de una institución o prisioneros abstractos, encadenados a un tiempo perdido o a una ilusión olvidada en las telarañas del corazón. La libertad puede truncarse en cualquier momento, en cualquier indecisión del camino, la libertad no es permante ni está garantizada. La vida puede deshojarse como una margarita para que ella misma decida su orientación en la bifurcación de las casualidades, para que sus hojas caigan por su propio peso en la seguridad del no y la vibración del sí cuando ya comienza a marchitarse la planta o puede quedarse suspendida en el vaivén de una decisión aplazada. Nosotros como responsables sufrimos las consecuencias de las indecisiones perdiendo el gusto por los sabores convencionales, esperando volver a sentir ese sabor único que una vez dejamos ir en un tiempo que ya nunca podrá regresar, de este modo, muchos fantasmas de lenguas insípidas transitan por las calles de las ciudades, viviendo en realidades secundarias, prisioneros de anhelos inciertos que impregnan sus papilas de angustia amarga y congoja apremiante en cada trago aletargado que los hace vagar prisioneros de cualquier indicio, cualquier detalle que retome el gusto perdido.

jueves, 5 de noviembre de 2009

De mayor quiero ser inmigrante

Entre el polvo de la mañana y el calor que reseca el cuerpo y el alma, se arremolina la estela que emana de las diminutas pisadas apresuradas por llegar a la entrada del pueblo. Risas exaltadas y nerviosas acompañan el sonsonete de tornillos y partes en continuo movimiento de la furgoneta de la Cruz Roja. Entre las ventanas asoman rostros conocidos para los ojos infantiles y efervescentes, rostros portadores de un mundo extraño que dice ser mejor, con más cosas y menos hambre. Un mundo que los hace ser adultos con corazón de niño soñando con jugar al fútbol sin que les pesen las horas de asueto en su vacío interior.

martes, 3 de noviembre de 2009

El camino en vela


El cielo vibra al ritmo que marca el lastimero tañer de la campana situada en la entrada del cementerio, se acompasan los pasos de los vivos y de los muertos a la voluntad del faro sonoro que los guía hasta la convivencia del ayer y del ahora entre las sombras de la noche y los guiños de las velas que marcan en la tierra el sendero luminoso que atrae los ojos nublados y perdidos de los difuntos a las laderas de los mortales. En la humedad de una noche cerrada, cruzan el lago de Pátzcuaro las almas y los botes llenos de curiosos turistas a la expectativa de la festividad del Animecha Kejtzitakua en Janitzio. La isla se eleva en medio de la oscuridad del horizonte como un enorme velador adornado por los melodiosos cantos purepecha que viajan entre el eco de la noche hasta penetrar en el corazón de todos los que participan en esta fiesta de celebración, recuerdo y comunión con los que ya nos han abandonado.