viernes, 4 de diciembre de 2009

Huele a recuerdo


Diciembre ha regresado al calendario y con él su cíclico viaje al pasado a través de nuestros cinco sentidos. Caminamos por las calles de nuestras viejas ciudades iluminadas de júbilo y brillante entusiasmo, protagonistas del festival de colores y luces acompasadas con el ritmo de los mismos villancicos que acompañaron nuestro primer diciembre. El frío viaja entre las callejuelas arremolinando las faldas y acariciando las mejillas abundantes y rosadas de los niños expectantes de un tiempo que nos hace olvidar todo lo malo entre sueños imposibles e ilusiones recuperadas. Una época en la que el corazón camina a nuestro lado latiendo entre pasos acelerados, recordando a aquellos que ya no compartirán la mesa sin que el dolor nos impida seguir adelante, impulsados por la vibración de la vida en este mes en el que la despedida y la bienvenida cruzan la puerta al mismo tiempo. Entre risas, las personas rememoran el poder del roce, con el tacto recordamos lo que significa demostrar los sentimientos aletargados meses atrás y perezosos de la rutina: abrazos que van y vienen, besos que se pierden y se encuentran, manos que vuelven a trazar lazos entre hermanos, brazos que acunan nuevos familiares...


Entre todo el movimiento, mi viaje favorito: huelo a recuerdo entre las ventanas con sus fragancias furtivas a platos prohibidos y únicos elaborados con la exclusividad del momento; huele a cariño y esperanza en todas las calles. De repente, me detengo entre la gente y observo una ventana por la que se escapan los vapores de una pastelería, el olor de mi diciembre infantil me hace seguir el rastro, con disimulo me acerco y por las rendijas se distinguen siluetas que amasan diestramente unos pestiños. Los brazos de mi tía aparecen ante mí, sus manos amables y maternales distribuyen la masa en pequeños grupos con todo el misterio simple y genuino de la comida casera. La chimenea del campo de los abuelos replica quejumbrosa al fondo de la cocina, celosa por no poder saborear la simpleza y tradición del postre andaluz mientras yo aprendo por primera vez que cocinar es un acto de amor y entrega, amasando mi tía me enseñó la valentía de su vida, la dedicación y consagración a su familia, a la que sin importar lo que pasara siempre le cocinaría como sólo ella sabe, con ese sazón del campo tan suyo. Diciembre me huele a recuerdo, al recuerdo de esa primera navidad en la que mi tía me enseñó el misterio de esa fiesta sensorial amasada y cocinada a fuego lento con el cariño genuino hacia su gente.

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