sábado, 13 de febrero de 2010

Haciendo la digestión


A sólo un día del polémico San Valentín, con calles invadidas por corazones, flores, tarjetas, ositos de todos los tamaños, formas y colores y demás artículos icónicos de la edulcorada celebración, recuerdo la historia de una reciente amiga y de muchas otras personas que han querido compartir las distintas etapas del amor con esta cazadora de historias. El amor puede ser muchas cosas y presentarse de muchas formas diferentes: a unos los hace perder la cabeza y otras partes del cuerpo, rompiendo o creando lazos íntimos con cierta persona elegida; otros sienten renacer olores, colores e incluso reacciones olvidadas impulsadas por el cosquilleo pícaro y caprichoso de las alas de cupido; muchos, la mayoría, se ven arrastrados sin razón por todas las consecuencias de sentirse y verse enamorado sin ser correspondido; pasando a vivir una tortura de dimensiones desconcertantes cuando se acerca la festividad que les recuerda su proceso de indigestión sentimental.

Cuando llega el momento de reconocer el desamor, digerir el abandono o aceptar el amor desteñido por la rutina del hábito lo que menos se desea es que te revuelvan las entrañas con manifestaciones comerciales de amores imposibles, eternos e inolvidables. Ese proceso de digestión es transcendental para recuperar alguna vez el ritmo de nuestro sistema vital, obstruido por ese amargo dolor de las vilis de las relaciones amorosas. En el caso de mi amiga, tres años de relación sin señales aparentes de deterioro, sin peleas o manifestaciones de desconfianza, con conversaciones abiertas y sinceras, planes y esperanzas que de un día para otro se ven truncados sin previo aviso por un compañero desconcertado ante su inconsistente crecimiento personal y la vagedad de su plan vital con senderos difusos marcados por la única certeza de la apremiante necesidad de soltería; sólo podía desembocar en la incomprensible y desconcertante digestión de una circunstancia sin la certitud de haberla ingerido previamente.
Como regalo para todos estos valentines parias sólo me queda remontarme al origen de estas fiestas antaño menos comerciales y más humanas y, por ello, mucho más imperfectas e incluso si me apuran hasta absurdas como el amor mismo. Como pueblo occidental, la festividad del 14 de febrero se remonta a tiempos romanos y concretamente, al inicio del cristianismo con la presencia de un sacerdote perseguido que actuaba en las sombras llamado Valentín. Por aquellos entonces, la milicia romana no tenía derecho a contraer matrimonio por creerse que al apartarla de los sentimientos y el apego a la familia rendiría más en el campo de batalla actuando con menos precaución y más ahínco varonil; Valentín horrorizado ante esta privación desnaturalizada comenzó a desposarlos en secreto, desembocando en la persecución y condena a muerte un 14 de febrero del defensor del amor en tiempos de batalla, no sin antes vivir él mismo ese estadío privilegiado de los hombres, enamorándose de la hija de su carcelero y dejándonos esa despedida deslucida y mercadológica que para él simbolizó el adiós eterno a la vida y a su amada:
"De tu valentín".

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