martes, 14 de junio de 2011

Caminando encontré

Cuando uno camina, además de un ejercicio excelente, puede encontrarse con múltiples pensamientos, verdades como un templo, descubrimientos y esas historias únicas que brillan como diamantes a la luz del sol, se te meten por los ojos, se impregnan en tu ropa y se aferran a tu corazón. Una tarde, caminando por la vibrante Chapultepec, encontré esta joya.




Isabel era una de esas mujeres que había sido criada para estar siempre a la sombra de alguien, al principio, fueron sus hermanos, cuatro varones, ella, la más pequeña, siempre vio la vida a través de todo lo que ellos hacían; la educación, las inquietudes, los logros y las victorias, la genialidad del sexo masculino, frente a la sumisión del femenino. Sus padres sólo la educaron para complacer a un marido y con el tiempo, eso fue lo que ocurrió.





Gerardo llegó a su vida cuando apenas había terminado los estudios de medicina y comenzaba la especialidad, cardiología. En uno de esos bailes de sociedad, la había visto a lo lejos, dijo que lo había cautivado su serenidad, su ánimo pausado y esa capacidad de escuchar sin interrumpir. Nunca se dio cuenta que eso no la representaba, sólo era un hábito adquirido con la práctica. A ella le fascinaba escucharlo porque Gerardo no hablaba de cosas sin importancia, él hablaba enseñando, era un docente en potencia, enseñaba sin darse cuenta y siempre respondía a todas sus preguntas. Con el tiempo llegaron los hijos, dos varones que fueron brillantes desde la cuna, Gerardo se había convertido en un prestigioso cardiólogo y sus hijos siguieron su ejemplo.


Los años habían pasado e Isabel solía pasear ociosa por la ciudad, se sentaba en un banco y observaba la vida, los coches, los jóvenes corriendo, las nuevas mujeres que podían moverse igual de rápido que los hombres. Una de tantas mañanas, iba caminando por Chapultepec cuando vio la vieja casa renacentista habitada, no podía creer que la hubieran comprado por fin, esa casa la hechizaba por alguna razón, todas sus caminatas finalizaban en esa plaza y su mirada siempre se quedaba suspendida en las ventanas de la desecha casona, como esperando que alguien la invitara a pasar para encontrar algo que estaba ahí esperándola. La curiosidad pudo más que los años de silencio y se acercó a la puerta, entró con cuidado admirando el trabajo de restauración y se encontró con una joven que la saludaba.

-Buenos días, señora. ¿En qué puedo ayudarla?


Isabel volvió a la realidad y miró con sorpresa a la joven que estaba delante de ella y le tendía la mano.

-Buenos días, muchas gracias... Entré casi sin pensarlo y, en realidad, sólo quería ver la casa por dentro, la he observado durante muchos años y siempre había sentido curiosidad. Sabe usted qué van a abrir aquí.


-Es una escuela gastronómica, comenzamos la semana que viene, quisiera que le diéramos información sobre nuestras especialidades, podría tener algún pariente interesado.

Sin pensarlo, Isabel contestó con su habitual tono solemne y pausado:


-En realidad, me interesaría estudiar para ser chef.



Las clases comenzaron y una noche mientras revisaba en su habitación los apuntes de bromatología le surgió una duda, se giró hacia su esposo, que miraba la televisión con los ojos medio cerrados por el cansancio, y le preguntó, como lo había hecho tantas veces:

-Gerardo, tú sabes por qué la carne se cuelga en el matadero.

-Supongo que para terminar de desangrar el animal.

-Me parece que no, este proceso es muy importante para que la carne descanse y los músculos del animal se relajen por el rigor mortis y la adrenalina con lo que se consigue una carne mucho más tierna y jugosa.

Los dos se miraron por un instante en el que pudieron redescubrirse, Gerardo percibió que más allá de la fachada conformista de su esposa, vivía un ser con ansias de superación y con una fuerza extraña que le enseñaba que la edad no era más que una de tantas barreras que habían detenido el desarrollo de su mujer. Isabel pudo sentir por fin que su esposo no tenía todas las respuestas, la satisfacción del conocimiento hizo que ese momento le otorgara el brillo de un diamante expuesto al sol de la vida en las calles de una ciudad.

1 comentario:

  1. Una historia preciosa, María. Ya echaba de menos tus historias... ¡Qué difícil puede ser el camino a veces! Lo bueno es que muchas veces se allana y descubren lindos tesoros. En este caso, Isabel encuentra uno de los más importantes: saberse capaz de dar respuestas, no sentirse inferior, reconocerse como persona.

    Un beso.

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