sábado, 5 de noviembre de 2011

Alquimia leudante

Hasta donde me alcanza la memoria, puedo contemplar la cocina en todos mis momentos. Manos, olores, sabores, abrazos, risas y confidencias. Recuerdo cuando era pequeña y soñaba con prepararles un postre delicioso a mis padres para que cuando se levantaran de la siesta, encontraran un dulce abrazo que acompañara su café. Evidentemente, esto nunca pasaba, y la pobre de mi madre se acababa encontrando con el suelo sucio, las paredes manchadas y un montón de cacerolas por ahí. La pobre sólo me miraba con cara de voy a buscar un candado para las alacenas.



Recuerdo también cómo me fascinaba ver cocinar, me sentaba a observar, a disfrutar los olores, a escuchar la musicalidad de esa armonía entre el hombre y la tierra. Despertaban en mí una curiosidad insaciable por saber qué generaba que se inflara el pastel, porqué se mezclaban unas cosas con otras... Simplemente me parecía magia antigua como la de los druidas de Astérix. Rápidamente transformaba la cocina en una cueva oculta con caldero incluido en la que yo contemplaba a escondidas los actos mágicos de las mujeres de mi vida.



Con el paso de los años, fui descubriendo que la cocina significa darse a los demás, que la cocina expresa emociones y, en la mayoría de los casos, todas son positivas: amor, cariño, preocupación... que la cocina te abraza para consolarte y sus sabores y calores te llegan al alma, bien dicen en mi tierra que un buen puchero despierta hasta los muertos. La comida está presente en todos los momentos de nuestras vidas, los buenos y los malos, podríamos decir que es una de nuestras necesidades básicas, sin embargo, los seres humanos no comemos porque sí, comemos porque nos importa, porque nos nutre el espíritu, nos aligera el ánimo, nos reconforta y nos hace recordar. Día a día buscamos sabores que signifiquen algo más que la ingesta calórica necesaria, intentamos encontrar un sabor que haga clic en nuestra historia, que nos aporte algo más que un buen atracón.


Con el transcurrir de las experiencias, he aprendido también que cada persona tiene su propio "sazón", su manera en los platos, su esencia y su sabor como persona que penetra en el alimento y hace que cada persona obtenga un resultado diferente a la hora de elaborar y presentar la misma receta. Probablemente, todos los que estén leyendo esto, pensarán: "nadie cocina como mi mamá" y eso es precisamente, lo que intento expresar, nadie cocina como esa persona que te ha entregado todo, porque la cocina es entrega, es su manera cotidiana de transmitir amor genuino y desinteresado.


En estos momentos, la vida me está mostrando un nuevo sabor, una nueva enseñanza: la posibilidad de convertirme en una "alquimista" de los postres, la casualidad de poder profundizar en esa curiosidad de sabores de mi infancia como una forma de vida; otra manera de expresarme sin palabras, para poder llenar la vista, el estómago y el alma de los que prueben mis preparaciones. Conocer las técnicas, los porqués, la historia detrás de cada cocina de la mano de mi profesor Juan, en las históricas instalaciones de nuestra Escuela Patagónica, con la mezcla argentina, española y mexicana, hace de mis tardes de miércoles todo un remanso de paz, un escape de la rutina, una apertura en mi mente y, sobre todo, una regresión a la infancia: donde aprendí a mirar las ollas como un caldero, donde encontré en la cocina un refugio.


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