lunes, 4 de julio de 2016

Le dijeron

Le dijeron tantas veces que no confiara en ellos, que engañaban y lastimaban por deporte, por placer, por descuido, incluso, sin querer queriendo. Una y otra vez escuchaba la cantaleta, pero ella no quería creer, los veía, incluso, divertidos. 

Le enseñaron que no debía esperar demasiado, que las esperanzas tenían que morir ahogadas en el doblez del alma antes de salir a respirar el aire de los humanos porque si no había ilusión tampoco habría dolor y ella... ella las escondía en silencio entre dibujos y palabras.

Le contaron que las uniones con firmas y legajos sólo portaban desgracias, que después del "sí" se decían "no" y se desataban las diez plagas del amor; ella se estremecía soñando demonios y anhelaba encontrar un profeta perdido, un mesías que liberara al pobre Cupido de la condena moderna.

Le mostraron con gritos y silencios cuán peligroso era ese camino de "a dos", que el enemigo dormía en la misma cama y se jactaba con el dolor amado; ella lloraba por todo el amor inconexo esa penitencia suya de no matar ilusiones, de querer entrar a la mina sin sacrificar aves cantarinas.

Le hablaron de ser cuidadosa, de dosificar la experiencia, de medir las palabras, de no entregarse y ella se daba por el mero deleite de dar, regocijándose en el instante prohibido de no ser esclavo del necesitar, del esperar la acción y se daba y se daba y ahí iba de nuevo con esa boca suya que sufría de incontinencia.

Le grabaron en la piel el abandono, el aliento mustio de la indiferencia le sopló el corazón con la fortaleza de la soledad por estandarte y esa batalla quizás la perdió un instante, pero la guerra... ¡La guerra fue verde primavera! Siempre cerro dentro de sus montes. 

Le anunciaron desgracias incipientes, consecuencias infinitas, actos renegridos y lágrimas sin sal y ella, erre que erre con su lista de sueños, cegada por un sol inalcanzable como Ícaro hacia su descenso final.

Y cayó, bajó a los infiernos mordida por la víbora que tanto le habían descrito, navegaba con Caronte sólo por gusto, divagaba con Hades sobre estériles términos, cosía con Perséfone horas de ilusiones muertas y le peinaba el pelaje ralo a Cerbero mientras las lágrimas se iban secando dentro de ella. Amiga de las sombras, abrazó su luz. 

Un día, la despertó una voz, fuera de ella habitaba alguien que conocía su lenguaje de ilusa. Ese canto navegó el afluente de las lágrimas desbordadas y se dedicó a recoger gota a gota sus ojos. Frente a ella, un Orfeo dispuesto a no mirar atrás la guió por el camino de vuelta a la incandescencia, sin juzgar, sin temer, sin vacilar la llevó a la entrada del infierno, esperó a que se acostumbrara de nuevo a la luz, observó con calidez su pálida piel, piel dormida, piel herida... La besó con la fuerza de los valientes, esos que parece que nada pierden porque tampoco buscan ganar y rieron, rieron con la inocencia de la niña que un día se negó a creer que amar pudiera ser la peor apuesta.

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