lunes, 23 de noviembre de 2009

Los hubiera del camino


Uno sólo puede vivir de dos maneras: libre o cautivo. Podemos ser prisioneros materiales dentro de una institución o prisioneros abstractos, encadenados a un tiempo perdido o a una ilusión olvidada en las telarañas del corazón. La libertad puede truncarse en cualquier momento, en cualquier indecisión del camino, la libertad no es permante ni está garantizada. La vida puede deshojarse como una margarita para que ella misma decida su orientación en la bifurcación de las casualidades, para que sus hojas caigan por su propio peso en la seguridad del no y la vibración del sí cuando ya comienza a marchitarse la planta o puede quedarse suspendida en el vaivén de una decisión aplazada. Nosotros como responsables sufrimos las consecuencias de las indecisiones perdiendo el gusto por los sabores convencionales, esperando volver a sentir ese sabor único que una vez dejamos ir en un tiempo que ya nunca podrá regresar, de este modo, muchos fantasmas de lenguas insípidas transitan por las calles de las ciudades, viviendo en realidades secundarias, prisioneros de anhelos inciertos que impregnan sus papilas de angustia amarga y congoja apremiante en cada trago aletargado que los hace vagar prisioneros de cualquier indicio, cualquier detalle que retome el gusto perdido.


Las opciones que nos marcarán siempre dolerán menos si han sido fruto de nuestras decisiones, cerrando los capítulos con caídas profundas e hirientes, torpes, atolondradas o fugaces sin resquicios por los que el hubiera pudiera escaparse; en estos tropiezos, sufrimos durante un tiempo pero la recuperación puede darse ante la certeza del fracaso; en cambio, cuando aparece un hubiera en la caída, nunca tocamos el fondo del asunto, permanecemos flotando en el vacío de la duda, prisioneros por siempre de ese vacío sin gravedad, presos del sinvivir cíclico del destino inconcluso.

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