martes, 3 de noviembre de 2009

El camino en vela


El cielo vibra al ritmo que marca el lastimero tañer de la campana situada en la entrada del cementerio, se acompasan los pasos de los vivos y de los muertos a la voluntad del faro sonoro que los guía hasta la convivencia del ayer y del ahora entre las sombras de la noche y los guiños de las velas que marcan en la tierra el sendero luminoso que atrae los ojos nublados y perdidos de los difuntos a las laderas de los mortales. En la humedad de una noche cerrada, cruzan el lago de Pátzcuaro las almas y los botes llenos de curiosos turistas a la expectativa de la festividad del Animecha Kejtzitakua en Janitzio. La isla se eleva en medio de la oscuridad del horizonte como un enorme velador adornado por los melodiosos cantos purepecha que viajan entre el eco de la noche hasta penetrar en el corazón de todos los que participan en esta fiesta de celebración, recuerdo y comunión con los que ya nos han abandonado.


Entre la multitud se dibujan los habitantes de tan singular rincón, portando los arreglos y la comida favorita de sus difuntos. Una vez en el panteón comienzan las labores propias de la noche en vela. No pueden faltar las veladoras y las flores cempasúchil con su vibrante color amarillo que representan los rayos del sol que ya no sienten los caídos, pero esa noche, entre lo suyo y lo nuestro, bañan su tierra natal para proporcionarles un poco del brillo y del calor del sol a través de los pétalos silvestres de la flor. El copal danza entre las corrientes del aire y el aroma de los guisos, vagando entre los rincones del pueblo y alejando a los malos espíritus que pudieran aprovechar el viaje de los seres queridos para atormentar a los que lloran y agasajan. Pasada la media noche, entre el laberinto de calles escarpadas y sinuosas, inicia la procesión ancestral de los 21 guardianes del tesoro sumergido purepecha, liderados por el príncipe de Janitzio Itzihuapa, eterno enamorado de la princesa Mintzita que lo espera entre las sombras del panteón para recibir juntos las ofrendas de su pueblo en el único día que el destino lúgubre de sus vidas puede volver a enlazarse. Tradición, memoria y lágrimas de suertes trágicas mezcladas en la noche imperecedera de la celebración a la muerte mexicana, a una muerte que es renacer, vivir para siempre.

2 comentarios:

  1. Ésta es mi fiesta favorita. Esa noche le cociné un flan a mi abuelo, lo único decente que puedo cocinar; estoy segura que su alma vino y se empalagó con mi postre.
    Un día voy a ir a Michoacán como tú, tengo muchas ganas de ver cómo es ahí.

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  2. La verdad es que me siento afortunada de haber podido vivir al fin algo tan especial y único, ¡te animo a que el año que viene reserves esos días para visitar Michoacán! y que conste que no me dan comisión los de turismo, jeje.

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