jueves, 26 de agosto de 2010

Quiero mi PSP



Hace unos meses, celebramos el cumpleaños de mi hermanito con una fiesta de Halloween en pleno mes de diciembre. Invitamos a varios de sus amiguitos y primos con edades comprendidas entre los cuatro y los siete años. Adornamos la casa con velas, telarañas y otras parafernalias terroríficas para crear una ambientación digna del castillo más lúgubre de Transilvania; incluso la comida causaba cierto terror, una tarta con forma de calabaza, ojos y gusanos caramelizados, sandwichs en forma de tumba (ayudó bastante el hecho de que fueran caseros, por lo mismo de la desorganización que dá la falta de hábito culinario)... Hasta escenografía y personajes habíamos ideado para que los niños vivieran una fiesta divertida, diferente pero, sobre todo, imaginativa.
A mí me tocó ser la bruja que los recibía y les presentaba a los distintos fantasmas que iban a visitarlos a lo largo de la tarde para contarles sus peripecias por la no-vida. En la primera aparición, la del ánima perdida que vagaba por el mundo en busca de cabezas y otras partes del cuerpo humano, apagamos todas las luces y sólo dejamos las pequeñas velas encendidas para que no se nos descontrolaran los asistentes, con velas y todo, la emoción les pudo y muchos de los invitados comenzaron a sollozar y lloriquear (subestimamos las edades), tuvimos que encender las luces mientras mi hermanito, el anfitrión de la fiesta, proclamaba, con esa complicidad de saber quién estaba debajo del disfraz: "Es Héctor, no os asustéis que no pasa nada". Uno de los niños lloraba con especial efusividad, se puso rojo y pronunciaba entrecortadamente un discurso ininteligible "quierrrjkl mmmm ppppjflkjdfj", con calma lo ayudamos a sobreponerse al susto y cuando ya estaba un poco más relajado pudimos entender su súplica: "Quiero mi PSP". Todos los adultos que estábamos presentes nos quedamos estupefactos, esperábamos escuchar peticiones tradicionales del tipo "quiero a mi mamá, a mi papá, a Pepo (el muñeco de peluche), etc." pero, sin duda, no estábamos preparados para semejante dependencia emocional a una máquina de videojuegos.
Desde ese día, no he podido extirpar la frase de mi memoria, cada vez que recuerdo la desesperación del niño por huir de la realidad hacia el abrazo de la virtualidad de la PSP, un escalofrío cruza mi espinazo. Dónde está yendo a parar la imaginación, la sorpresa, la curiosidad y la dependencia de los años infantiles hacia nuestros supermayores que nos protegían y nos curaban con el "sana, sanita". Acaso estos niños de las nuevas generaciones están alejándose de la austeridad de la realidad en la que ellos mismos deben hacer saltar los muñecos hasta donde puedan alargar su brazo y con la fuerza supersónica que les otorguen sus músculos en desarrollo, por una virtualidad en la que el personaje del videojuego tiene magia infinita, vuela y la fuerza del mismo es inigualable... Sin duda, la virtualidad de los juegos puede ser más atractiva y no niego que, incluso, pueda proporcionarle cierto desarrollo cerebral al pequeño, pero, estarán de acuerdo conmigo en que cuando un niño quiere su PSP en lugar de a su papá o mamá cuando está asustado, algo está cambiando en el esquema infantil, algo se está rompiendo en el frágil equilibrio de la infancia.
Desde esta anécdota graciosa, expongo una pregunta a nuestra realidad del siglo XXI: ¿Dónde queda la infancia cuando cada vez dura menos su fascinante fragilidad ante el asombro y la curiosidad? A veces es difícil, con el ritmo de nuestros días, el sentarse a responder los infinitos porqués de los peques de la casa o simplemente, recordar lo que nos asombraba en la niñez para construirles una historia... y, mucho más sencillo, arrojarlos a la televisión o poner en sus manos PSPs, nintendos, wiis... ¿Dónde estamos dejando la infancia? En el equilibrio está la virtud.

1 comentario:

  1. Alucino, "Quiero mi psp", ¡qué barbaridad! María, no he podido evitar partirme de risa, jejeje. ¿Cómo puede un niño gritar eso cuando tiene miedo? Es que es realmente incomprensible... así que no sabría contestar a tu pregunta. Sólo sé que los niños cambian y nosotros vamos adquiriendo una visión más adulta, que nos lleva a ser incapaces de entender los actos de niños como ese. Ahora me recuerdo a mi propio abuelo diciéndome: "Vaya con los niños de hoy en día que no saben ni divertirse", quizás esto sea normal y los niños de cada generación están más "degradados" y tienden a la virtualidad, no sé, estoy desvariando.

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