sábado, 28 de septiembre de 2013

Libre albedrío

¿Habéis sentido alguna vez el peso del destino sobre los hombros? Creo que a mí me ha pasado demasiadas veces. Es un peso grave, casi siniestro que se arrastra con la seguridad de su llegada. Lo veo avanzar a cámara lenta, lo rehuyo, me escondo, giro esquiva pero, al final, acabo cayendo inevitablemente en la espiral del momento único, irrepetible y furtivamente decisivo. Muchos podríais pensar en lo afortunado de la certidumbre, pues, quizás, al saber la relevancia de la marca temporal podría yo prestar mayor atención y salir victoriosa con la mejor decisión... Lamento informaros que esta certeza no me convierte en un elector más atinado.
La fuerza divina que impulsa nuestros movimientos, las conexiones y los trazos tan perceptibles del destino se reservó un arma poderosa, cuyo doble filo nos mantiene vivos, esperando ansiosos ejercer el libre albedrío. Quisiera tener más bien la capacidad de atinar en mi libertad de decisión, saber cuál es el sendero, el camino más adecuado para mí en cada momento; el libre albedrío no es más que una herramienta de tortura divina, una dádiva ilusoria para creernos protagonistas entre bambalinas. Puedo sentir en mi alma, en mis huesos la importancia del momento, mas no he conseguido divisar con nitidez las consecuencias de mis actos. Desearía descansar; dejar de considerar las variables, las opciones, las bifurcaciones; desconectar el centrifugado mental al que llevo años sometida; llenar mi alma de conformismo existencial al pensar que lo que sea que suceda no se puede cambiar, no se puede escapar del desenlace más obvio. Creo que toda mi vida la he pasado transitando por los recodos del río, buscando los surcos dejados por la contracorriente, parece que necesito fluir, mandar al libre albedrío de vacaciones, ¿alguien sabe cómo se desconecta? 

No hay comentarios:

Publicar un comentario