viernes, 16 de octubre de 2009

Dos más dos nunca suman cuatro




Si nos sentamos en las puertas de cualquier juzgado civil o familiar del mundo vamos a ver muchas escenas sorprendentes, escabrosas o esperanzadoras. Eso hace Carlos cada mañana, matemático jubilado y solitario que ha vivido obsesionado con una frase que marcó su vida en la soledad más absoluta, ahora con la persecución del tiempo libre, ha vuelto a retomar su estudio matemático sobre el amor.



"Dos más dos son cuatro" es el primer ejemplo matemático de suma que aprendemos en el colegio, luego vamos creciendo y las operaciones se vuelven más complejas y también más inverosímiles. Carlos pasó los años infantiles sin muchos sobresaltos, en esos momentos era sencillo: niños con niños, niñas con niñas, cada uno con sus ecuaciones bien diferenciadas; no obstante, con las alteraciones hormonales de la adolescencia, Carlos comenzó a verificar que su lógica ya no se podía aplicar del mismo modo, sus compañeros ya no participaban en los mismos juegos que antes, las niñas enemigas y odiosas habían experimentado una metamorfosis de indiferencia que las hacía cubrirse de gloria y misterio en la atracción irreverente. Una tarde de aburrimiento y soledad, su amigo Roberto se sentó a su lado con suspiros profundos y desgarradores: "Carlos, macho, qué haces ahí sentado, esta tarde es la fiesta de Rosa y tenemos que prepararnos, ya sabes, con eso que dicen que dos más dos suman uno... nunca se sabe". Carlos abrió los ojos hasta casi expulsarlos de sus órbitas en propulsión ascendente, el horror lo invadió y ya no pudo contenerse más: "No digas tonterías, dos más dos son cuatro". Nunca más volvió a hablar con Roberto ni con nadie que defendiera esa curiosa frase que ejemplifica el amor ideal y surrealista, dos personas diferentes, criadas en entornos distintos que sienten tanto amor, admiración y deseo que finalmente acaban convirtiéndose en una especie de binomio bajo la forma de uno.



Luego en la facultad de matemáticas su sorpresa creció al comprobar que incluso en la seguridad de los números, sus compañeros seguían venerando y persiguiendo la fórmula infame e ilógica. Fue entonces cuando comenzó su tesis sobre la matemática del amor y hasta ahora, más de cincuenta años después no había podido terminarla, había estado tan ciego por la frialdad y el hermetismo de los números que no había tenido tiempo de observar a las personas, la otra parte de la ecuación. Una mañana de camino al mercado y por pura casualidad, vio salir del juzgado familiar nº 3 a una mujer con la mirada baja, acompañada de un abogado de corte ilustre y pomposo; a los cinco minutos, salió un hombre con la cabeza desorientada seguido por un acompañante similar al de la mujer; Carlos se sentó en el primer banco que encontró y comenzó a escribir en su cuaderno ecuaciones descontroladas, quince minutos después apareció una pareja que daba saltos y se abrazaba en el aire mientras miraban con ardor jubiloso unos papeles; detrás de ellos, una señora con la cara gris, negra y morada escoltada por dos policías y así prosigió el desfile de emociones hasta que cerraron las puertas del curioso edificio.



Al final del día, Carlos cerró su cuaderno, suspiró y escribió:

"2x2=x"


NOTA: La suma no basta para contabilizar la unión del amor, pues el amor es múltiplo de sus circunstancias y de las personas que participan y se generan del amor en todas sus formas: ausente, proyectado o desaparecido, así que el amor siempre multiplica e integra cada uno de sus productos.

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