lunes, 5 de octubre de 2009

Apasionado acorde

-Un, dos, tres, un, dos, tres... Retumban como martillos en su cabeza confusa la sucesión de tacones y movimientos sincronizados, como palomas en una plaza desierta reposan en su mente las palabras del baile, todos aquellos pasos que daban sentido a su vida: "la media luna", "el caminar", "pivot"... De repente, echan a volar asustados por el recuerdo de lo acontecido y se mezclan sin ton ni son en un ritmo vertiginoso y recurrente, una y otra vez aparecen acordes antes vibrantes y precisos, ahora lastimeros y confusos. Comienza a abrir los ojos desconocidos del mundo y de los rostros que la observan preocupados y esperanzados. En un tono casi inaudible las preguntas del desconocimiento se escapan de sus labios: "¿Dónde estoy?" "¿Quiénes son?"...

-Lilia, mi hija, soy yo, tu madre, qué alegría que estés con nosotros -Observa aquellos ojos que dicen ser los que la miraron por primera vez y no reconoce nada de lo que allí encuentra- Mi niña chiquita, tuviste un accidente al salir del estudio pero gracias a Dios has vuelto a nosotros.

La palabra accidente la estremece recorriendo su cuerpo hasta la parte posterior del cráneo, allí dirige su mano con el dolor de reconocer algo que no se recuerda pero que marca e hiere en la indiferencia del olvido.

-Por favor, se acabó la hora de visita, hay que dejarla descansar -explica la enfermera de turno- pueden pasar con el doctor para que les explique los siguientes pasos en la recuperación de Lilia.

Las miradas se apagan y se queda sola en el silencio de la habitación iluminada por lo aséptico del espacio, la amnesia que la acecha desde su mente no ha podido acceder a lo más profundo de su alma, los pedazos del baile luchan por componerse. No reconoce nombres ni identitades, pero, observando la ventana de su habitación, se concentra en el vaivén de los árboles, se incorpora con cuidado para abrir la ventana, la brisa de octubre invade la estancia, penetran olores y sonidos que acarician su alma herida y a lo lejos, entre el ruido estrepitoso de la ciudad, detecta un acorde apasionado que despierta su ritmo: el bandoneón quejumbroso y melancólico se arrastra hasta ese rincón, la persigue y recoge los pedazos de su acorde interior, lame sus heridas y la sostiene como amante apasionado, su cuerpo se expresa en el movimiento que la lleva de vuelta a casa, un, dos, tres, vuelta, mirada alta y brazos anhelantes, cuerpo entregado y pies impacientes.

Apoyado en el marco de la puerta, el doctor responsable del milagro científico la observa, amante del tango, se embelesa con los movimientos perfectos aún prisioneros de un cuerpo magullado y dentro de sí sabe que Lilia ha comenzado el largo camino a casa.

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